La esperanza
recuerda el gesto inútil y lo repite varias veces como una hormiga que
construye su casa en las afueras del tronco. Abril prefiere la templanza que la
impostergable prisa que aprisiona. El destino está en el retrato, en las uñas
que lima con asperezas. Tarde ya, descubre a dios como una de las tantas formas
de ronronear del gato, la única que la videncia de un ciego desoye en los
laberintos sin entradas. Una apariencia contigua se desnuda. Hay una forma de
distinguir la tarde, cuando la sombra desdibuja una luz en la pared y las aves
marías del árbol callan.
Sabía que los
escrúpulos son un peso antiguo que se mete en el zapato, por eso se desligó de
los cielos rasos. Recibe la correspondencia por encima de la puerta. Cada mes el
tío cretense le escribe, entonces ingresa en el significado de algunas palabras
griegas. Le dijo que suelte el país, que anide en otro barco, que pesque una
sirena en el mercado de frutos, que nunca suba a un trampolín, que la paciencia
es la madre de su padre, que siempre que salió el sol llovió, y que no hay bien
que por mal no venga, entre otras cosas.
A veces tiene frío.
Las baldosas del comedor y la cocina se igualaron a las del patio. Ya no
molesta el olor a comida. Caído el cielo raso apareció un cielo curvo, es ese
hemisferio austral que se abre a la dimensión de noches y días. Fácilmente las
paredes aceptaron albergar algunas plantas, semejan columnas cuando arborecen. Los
aviones no, los helicópteros que vuelan bajo atentan su intimidad, pero pasan raudos.
Las ventanas quedaron adheridas a los marcos, ya no son necesarias, deben
saberlo; hay una inteligencia común de las cosas: las sillas después de la
tormenta florecen, los cuadros pasaron del realismo al impresionismo y ahora a un
modernismo afianzado; cada tanto tiene que podar la mesa de roble porque sufre.
No recibe visitas.
Antes los amigos la invitaban a sus casas, podía estar muchas horas bajo un
techo, ya no. Recuerda los supermercados, los bares, los cines, las discotecas,
como un pasado al que no volvería jamás. Su tierra es fértil como un colchón de
vida donde crecen madres y todo se recrea, metamorfosis de los días sometidos a
cambiar, como la alfalfa de la maceta en el barro. Hay que nacerse varias veces
al día antes del fin que nos pare para siempre, le decía la abuela.
Del pasillo que
subía por la escalera a la terraza queda una marca negra, camina fuerte como si
los techos y las paredes existieran porque extraña el eco de los pasos. Ningún
artefacto eléctrico en esa casa abierta sobrevive. Las páginas del exclusivo libro
gracias a las tapas de madera, son una apología de la catástrofe. (“Pero por
cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.) Alguien le
prometió un libro con tapas de metal. Ella prefiere que diga cosas tales como
“verde es el color de la esperanza inmadura” apenas agrediendo un poco la
felicidad de los manteles.
Dormir con las
estrellas en el cuarto y alumbrada con las luces de la calle que se apagan
recién por la mañana. Odiar muchas veces la tardanza del verano. Encender el
fuego en el comedor y tirarse a ver el día en el espejo. Cocinar con las
especies del piso. Eso sí, barrer a la mañana, a la tarde y a la noche;
extrañezas envidiables y no, como el collar o las perlas que perdió en el fondo.
A los doce días los hombres entraron cuando dormía. A los dos meses cuando
cocinaba. Al año cuando estaba sacando la basura. Ahora ya no les tiene miedo.
Cada tanto compra algo preciado y lo comenta en el barrio, la noticia llega
lejos, lo sabe.
La única música
dura un baño de inmersión, el vecino canta en la bañera. Lo escucha con felicidad
aunque pague un abogado o acaricie al hijo para obligarla a cerrar la casa. Recibe
las cartas aunque no tenga leyes. Apiladas en el rincón del living con una
piedra encima para que no se vuelen, son un testimonio extenso sobre el atentado
a la vida de los otros. Pero sus vírgenes, a pie, desnudas, murmurando enfermas
de vida, abren la inmensidad de la nada con un abrelatas de plomo, caminos
divididos a la derecha, fuentes de sed sobre tan poco menos que siempre y
nunca; la casa entera reza, cerca columnas en su espalda, Abril construye
verdades entre escombros para demoler vacíos; finalmente el clima y el tiempo hacen
lo suyo.
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