viernes, 13 de marzo de 2015

Red



Le sucederá en la esquina, con tacos altos y labios pintados de baldosa, sobre las piedras rugosas en la acera que la llovizna humedece. Ella será una moza servidora de tragos turgentes y de las sobras de su cotidiana misión. Habrá algunos ojos arriando con la mirada algunos cuerpos y luego un cielo de madera esperándola. En algún momento sonará la alarma de la carne en la hora del robo animal, cuando las agujas del tiempo se le claven en el centro del corazón, otro, el pudor, susurrará ocupado en regar la selva que se inundará con el rezo silencioso por el paraíso prendido al chaleco negro del infierno. Le crecerán los segundos cuando las agujas del tiempo se le vuelvan a clavar en el cuarto. Habrá ese cielo espejando un lago y roerá las paredes con el grito, el rito, el mito, el hito. Y volverá a sonar la alarma de la carne en el robo animal por los tantos placeres vendidos como atados de pecado, de esa preciosa perla que entrega su casa en la costa de un país rendido a una ciudad venida de avenidas.


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