Suerte de principiantes el que apesta a alcohol en la kermesse de los desposeídos, porque posee por lo menos ese liquido, por un tiempo, hasta mear muy arriba y muy lejos.
Negro es el
color de la leche descompuesta después de estar días y días fuera del frío. Y
es la misma que alimenta, siendo blanca, los labios indefensos. Esos mismos
indefensos que se descomponen con el frío, en los días, a la intemperie, y se
ponen blancos de dolor. La suerte es blanca o negra en la quiniela de los
indefensos, mientras el loto es una planta que da plata y
El tiempo es la
dueña de la descomposición, de esa forma inusitada de sacar violines del
pentagrama. Apuesta a una puesta que apesta cuando se acomodan las sábanas o se
levanta el telón. Escenas de basura rejuntada en las calles de un mundo tercero
que no sube de piso en el edificio de la equidad. La equidistancia entre un
deuteronomio y un sabandija charlatán que renuncia a su mandado de almacén de
la esquina para ser héroe, y todo en aras de un voto futuro. Ahora van a
comprar trapos de piso para limpiarle los labios a los vecinos cenadores. Pero
el futuro esta en manos del tiempo, y el tiempo, querido bruto, está en brazos
de la descomposición, las notas vuelan y los tambores se callan.
Y esto sigue
hasta las últimas consecuencias de la destrucción. Hasta que las palabras se
maten. Sería la mejor forma de quedar fuera de una guerra de frases mal
venidas. Mientras, los culpables se bañan con agua bendita creyendo encontrar
la redención en los telos. Telos*, fin que comienza todos los días y nunca
termina de comenzar y prosigue en los segundos descompuestos de un reloj que
marca el rumbo de los gusanos predestinados. Desfilan como los militares en las
fechas patrias y hacen golpes de estados.
Telos, sida. La
inmunología de la muerte en el acto que da vida. Paradojas para una doxa
pismoderna, para una descomposición pautada que se compra como se compra el
diario en el kiosco de la esquina para leer el suicidio colectivo de la razón
que sacó el boleto de setenta centavos para bajarse en Chacarita y rezarle a
Perón y Evita mientras come un choripan como chimpancés francés que vivió la
revolución de mayo. Y piensa en marte y en el genoma humano. Pero ojo al piojo
que te come la cabeza mientras en el laboratorio las ratas aprenden a sumar.
Y el tiempo,
querido bruto, no tiene ni idea de lo que pasa. El tiempo pasa mientras
desfilamos en carrozas de locura. Apocalipsis no es una trompeta que va a caer
desde el cielo, sino una banda de barrio que compone canciones de protesta y
que la descomposición parece enmudecer.
* Telos, del
griego, fin o final.
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