Había un mes especial del
año, cuando la ciudad más ciudad se llenaba de festejos. Tan ciudad era la
ciudad que hasta corría un río contaminado entre dos puertos y varios
aeropuertos. Era una urbe atestada de ascensores que llegaban al piso cuarenta
y cinco siempre. En aquel mes que todos esperaban, la ciudad más ciudad se
apagaba para que se encendieran ellos y su sueño de ser pueblerinos se hiciera realidad.
Entonces las luces de neón, las heladeras, los aires acondicionados, los
ascensores, se callaban durante un mes entero, mientras todos los ciudadanos festejaban
con antorchas y velas, cantando a los gritos por las calles, comiendo, bailando.
Dicen que de esas fiestas interminables nacieron leyendas que nadie escribió, que
algunas señoras mayores se vestían de hada para correr a sus nietos hasta la
plaza, y que algunos ancianos de caciques, y otros tantos de saltimbanquis o
marionetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario