Decirte en los labios el color de un deseo suelto.
El rojo fuego de la pasión en el frío.
Sobre tu piel dejé mis caricias olvidadas.
Escrita está esa palabra que nadie robará.
Decirte en los labios el color de un deseo suelto.
El rojo fuego de la pasión en el frío.
Sobre tu piel dejé mis caricias olvidadas.
Escrita está esa palabra que nadie robará.
“Tener que convivir con ratones, me pareció en el primer momento el
único defecto de este sótano, donde no pago alquiler. Ahora advierto que estos
animales no son terribles: sino discretos. En resumidas cuentas son preferibles
a las moscas, que abundan tanto en las casas más lujosas de Buenos Aires.” Silvina Ocampo
De vez en cuando pasea por el jardín del vecino o se tira en el portón atando cabos.
Tal vez espera como un fantasma acribillado de realidades, sangrando su luz.
Otras veces disfrazadas de circunstancia repetidamente son eternidades. Y todas
las veces que se odió y amó, como cuando el gato enfermó, o la puerta se cerró
detrás y alguien entró a la vez..
Efímero ya tiene la
caja de bombones con monedas, y los billetes recién salidos de la nursery. Se
suelta el pelo y se invita a pasear sin levantar pasajeros. Momento glorioso,
como cruzar el semáforo al filo con el corazón de la taquicardia en la mano. Pero
vuelve a pasar: La mano temblorosa, el ceño fruncido, el auto quieto en Uriburu
Y Sarmiento. (Su pasajero frecuente bajará como siempre demorado, aunque la
asistencia perfecta lo ajusticie en esa esquina.) Efímero que maneja los
instantes de una ciudad casi dormida, despierto, sabe que la guantera aguanta,
pero saca igual uno por uno los cassettes de Cacho y El Gitano, tira fuera
papelitos de peajes, de facturas, teléfonos anónimos, etiquetas, dos cartas de
amor viejo y acomoda su cepillo de dientes con el dentífrico. Ahora sí, el
pasajero da su infalible clave “Santa Fé” y arranca el auto con maniobra de
atleta.
Algunas veces
Efímero cena con compañeros de ruta, la que une antes con ahora, y seca el puño
del dolor en el mantel de papel, mientras la morcilla se enfría. Tiene un
extenso decálogo de pasiones: sí mataras al colectivero que te encierra, sí
desearas el pasajero de tu prójimo. Y los días le suceden, como le sucede la
alergia al gato cuando entra a la casa a través de esa puerta verde chiquita
parecida a la entrada de un enano sin cuento. Por detrás de la puerta una
escoba estacada le deja la tranquilidad de saber que cualquier visita se irá en
breve. Tiene también un baño a medida y una cocina despejada de comida. El
patio es una silla y la cama todo su cuarto. Más allá la única ventana abierta
ahora que es verano, y sus pies pateando al gato.
Pero desde el auto,
invariablemente él sentado, como en la butaca de un cine mirando la realidad
pasar: el policía detenido en el escote cruzando Corrientes, la moto
sospechosa, esa pareja ardiente en la puerta. Y en Libertad, la mano le
tiembla, entonces Efímero frenará bruscamente con el ceño fruncido, bajará,
abrirá el baúl. Efímero colocará la caja de vino a la derecha, después a la
izquierda, al centro, el matafuego más arriba, más adelante, los trapos sucios
en el cordón de la vereda, el mosquitero ahí, y sellará su dedicación con un
ruido agresivo al bajar la tapa, sin importarle el pasajero que le está
esculpiendo una queja merecida.
Mientras Efímero me
mira, digo, se está yendo, se va, sube a un auto que avanza, toma su propio
taxi y se lleva con él lejos. Efímero corre sin pies, tantas veces, tantas
calles, tantos bares, y desde el mismo campo concentrado. Efímero lee las
miradas y entiende el futuro. Ahora ella se encuentra con Manuel y mañana va al
psicólogo sin antes decirle que fue un día difícil, porque el calor, pero
Efímero sabe que no es el calor, sino el amor incomprendido que le quita las
ganas de vivir, señorita, aunque no me lo diga, pero con esa sonrisa, déjese de
joder, mire, yo me separé hace cinco años y aquí me tiene, cuando quiero estar
con alguien, ahí está, y después me las arreglo solito, bien solito y así estoy
muy bien.
Pero sabemos que le
tiemblan las manos cada vez más y el ceño se le frunce, y en medio de un viaje
acomoda el sillón trasero y el de adelante más atrás aunque le corte las
piernas al próximo transeúnte arrepentido. Efímero debía pagar el alquiler hace
dos días y tiene un sobre cerrado guardado en el colchón hace tres. Todo puede
esperar ahora que lo llevan a Ezeiza con una maleta discreta que no ensucia el
baúl. El baúl lleno de la ropa de verano que guardó para hacer lugar en el
placard. Harta coincidencia de la atmósfera con la estación del tren del año
merecida cuando tiene que cambiarse la camisa transpirada.
Le ocurrió una vez,
una tarde oscura de lluvia arremetida, el colchón tenía un imán, el resorte
todavía no asomaba la cabeza como un periscopio de los sueños enterrados bajo
sábanas y Efímero, aún sabiendo que el dinero no abundaba en su chanchito de la
buena suerte, continuó la siesta más allá de la hora. Pero le ocurrió una vez.
Ahora está en el sur de la costanera, tirando piedritas, en realidad, pedacitos
de vereda, al río, queriendo hacer sapitos porteños en vano, mientras las
puertas del auto abiertas le dejan escuchar la radio. Efímero ahora se sienta
en el asiento trasero apoya la espalda y descansa viendo el horizonte como
puede. Despierta y un amanecer rojizo le llena los ojos de lágrimas. Sabe que
lo están esperando en Uriburu y Sarmiento hace cinco minutos, se enjuaga la
cara, cambia la camisa por una remera y arranca el auto después de conseguir un
café en el puesto de enfrente.
Fue otro día cuando
el auto se acercó a la vereda para frenar tempestivamente por una mujer
intrigante. Y abril sería el mes de su vida, por que ella, Avril, no hablaba, Efímero le miraba el
brillo de los ojos por el espejito, un brillo inusual, y llegaron a la puerta
de una casa, y era su casa, y él consultó el horóscopo de la borra del café
turco en el bar griego y entendió que esa figura negra en la taza tiene un aura
blanco y está parada frente a una figura negra con puntitos grises, es él,
tembloroso, dejando la taza en la mesa y yéndose.
Efímero ahora que
es tarde no vuelve, se queda probando sapitos de nuevo, duerme, ya no le
asombra el amanecer igual al de ayer y antes de ayer y antes de antes de ayer.
Efímero toma el café de enfrente en el auto, se lava la cara para arrancar a su
rutina de realidad pasándole frente a los ojos abiertos, reflejados en el
vidrio, en el espejo, en el plato de metal donde come su ensalada, en el
cuchillo que se llevó de la casa, en el vaso durex, en la bandeja por si quiere
apoyarlo todo y sentirse más cómodo en el living o mejor dicho en el comedor
que ahora se transforma en el living del café de sobremesa y el amigo que se
acerca a sentarse al lado, para convidarle un fernet, para decirle que no puede
vivir en el auto, que tiene una casa, que doña Marta lo está buscando para que
le pague el alquiler, pero no, Efímero se quema la mano con el café y la mueve,
pero ya no le tiembla, ves, la domina, como domina todo, donde quiera ir cuando
quiera ir con quiera ir, así soy yo, libre, bien libre, joder.