Voy a escribir como si de pronto pudiera decirlo todo. Todo es una
extensión tal como un pulgar de chiquitito, pero también como la palma
de una mano, pero también como un estadio de fútbol o la galaxia más
lejana. Todo es mucho siempre. Pero poco nunca alcanza. Nada alcanza.
Eso significa que puedo prescindir de todo. Pero no. Nada alcanza no
significa que “alcanza” nada estilo mariposa en el mar, si no que nada,
lo contrario de todo, no alcanza. Si nada alcanza es que me sirve
este vacío estomacal producto del hambre y la pizza imaginaria es mejor
que la muzzarela con doble queso. Qué lejos estamos de todo y de nada.
Todo es insondable y nada es imposible de medir teniendo en cuenta que
no habría nada que medir. Todo y nada son dos opuestos inexistentes.
Algo. Algo es esto que escribo, algo es esto que pienso, toco, vivo,
algo es posible de asir en una mano. Algo puedo hacer. Algo puedo
nombrar y puede tener hasta apellido. Algo puedo compartir, pero no todo
y nunca nada. Es imposible compartir la nada, pero mejor va a ser no
negarla para tampoco afirmarla. Algo ocupa un lugar específico, no se
pierde en el universo del todo ni en el vacío de la nada, tiene espacio y
tiempo, como una partícula, como un vaso de agua, una lapicera. Me tomo
algo, pico algo, pero nunca dame todo, no quiero nada, errores que
cometemos a diario. Entre todo y nada siempre hay algo latiendo, como el
corazón de la tierra en el tronco de un árbol, como la hoja que está
cayendo, o la pluma que se le escapó al gato. Profundidades
existenciales como saber que soy porque pienso y pienso porque soy. Y en
lo concreto señores filósofos o sofistas o abogados de tribunales o
señor colectivero, taxista, motoquero, está la unidad, eso que hace que
un termómetro no sea un supositorio aunque tengan cierta tendencia
espacial. En lo concreto está la medida exacta de lo que hay, unidades,
varias, muchas, pero nunca nada o todo. Aquello o esto, este o aquel. Y
no sé como llegamos hasta acá, pero es bueno saber que hay un acá porque
allá vaya a saber dónde llega. Llegamos hasta allá y se dobla el
horizonte y vaya a saber si no se cae uno aunque la tierra sea redonda y
tire para bajo. Tan para abajo que nos traga a veces, o “trágame
tierra” decimos. Pero nunca “llévame cielo”. Arriba nacen aves, abajo
espejos de agua y animales, incluidos nosotros, que terminamos con las
aves y los espejos de agua. Competencia pura de la especie por
reproducirse. Y entre cielo y tierra ese amor imposible que nunca se
encuentra, el día y la noche. Ese amor imposible que nos despierta a la
mañana y nos hace dormir a la noche, en el silencio de las grandes
ciudades, de los pueblos pequeños. Y nace la vida de nuevo cada día,
resucita a diario sobre todo mientras nada duerme.