martes, 14 de octubre de 2014

Cosas imprescindibles para el bolsillo de la dama y la cartera del caballero…






un anillo
para poner en el índice
del amor...

un espantapájaros
que cuide las alas
de la libertad...

una pulsera
que rodee la muñeca
y juegue a otro juego...

un reloj
que diga el tiempo
y aleje los años...

una cerradura
que mire el ojo y
abra una mirada...

una navaja 
que guarde el dolor
y cure las heridas...
 
una almohada
que nos sueñe dejándonos
una flor al despertar...

un suspiro
para que nazca un ángel y desteja
el odio con cariño...




domingo, 5 de octubre de 2014

yo vi llover, lloví llover...




una lluvia que llore...
una lluvia como una vía del agua...
una lluvia que limpie los cristales del alma...
una lluvia puesta en la gota, en la ventana, cayendo...
una lluvia de adorno en el pelo para saltar los charcos de lágrimas...
















sábado, 4 de octubre de 2014

El Ades




                                                                                                                           
Las hojas del árbol temblando sin miedo, eso es el viento; hay mundos oscuros creados para aprender a huir; la vida es un cuento del Ades; decía siempre Rea mientras terminaba de chupar con mucho gusto su último bocado de jengibre con ginebra caliente, humeante, sobre el pecho de Minos que acababa de eructar.

Eran amantes de día y de noche, en privado y sobre las cúpulas de los árboles, dentro y fuera del territorio sagrado, porque creían vengarse así de Pasífae que había engendrado un monstruo producto de la infidelidad más macabra. Ella se escondía en el cuerpo de madera de una vaca hecho por Dédalo para aparearse con un toro. Para Minos ese toro, ridículo, minúsculo, que Poseidón hizo aparecer en el mar para que lo sacrifique, y no, no lo hizo. Rea por su parte estaba cansada de Cronos que la envejecía con el paso de su tiempo, día a día, pidiéndole acciones despiadadas como barrer las estancias dedicadas a los esclavos y los huéspedes, tareas domésticas desdichadas.

Y aunque Rea era cada vez más Rea, su hijo Ades, seguía siendo el dios del Ades, una especie de parque temático de la muerte, donde la concurrencia requería una moneda de oro para cruzar un río pretencioso. Pero el inframundo griego no era un lugar de paz; se transformó en un tenebroso abismo donde las almas desencarnaban y querían volver a morirse, desde que Cronos y Pasífae se enteraron de las andanzas de los desventurados amantes. Los pasillos, los campos, las sierras, los ríos, eran mares de gritos. Nada peor que escuchar un dios enojado y una diosa enfadada.   

El Hades del Ades, decían algunos, nació de esa infidelidad. El Hades del Ades decían algunos, se parecía al engaño. El Hades del Ades, decían algunos, contenía el veneno del celo. El Hades del Ades, decían algunos, puede empezar o terminar algún día, del no tiempo o de la no vida. El Hades del Ades está en cada piedra fronteriza del dolor y la única forma de evadir esta afronta y convertirlo en el Jardín de la Hesperidina, el Jardín de los héroes bendecidos, es enhebrando una oración que contenga la palabra Hada. Cuando esto ocurre el Ades se transforma en un rico jugo de ananá.